viernes, 15 de marzo de 2013

ACANTILADO - SLAWOMIR MOROZEK


Mrozek  Slawomir 
La mosca
Acantilado

Durante un paseo, me uní a un cortejo fúnebre. Siempre anima más que vagar uno solo y sin rumbo. No sabía a quién estaban enterrando, pero ¿qué importaba? Nosotros, los humanos, formamos todos una gran familia.
          Además, siempre se puede preguntar. Mi vecino de la izquierda del cortejo tampoco lo sabía.
          —Voy a la tintorería a recoger un pantalón. He visto un funeral y puesto que me pilla de camino me he unido. Sólo hasta la esquina y después tuerzo.
          Pregunté, pues, al vecino de la derecha.
          —¿Que de quién es el funeral? Y yo qué sé, ¿acaso muere poca gente? El banco no abre hasta las nueve, así que tengo un poco de tiempo todavía.
          El tercero, que caminaba unos pasos atrás, tampoco era capaz de informarme.
          —Yo no soy de aquí, soy un simple turista. Pero pregunte a esa señora con velo negro, la que camina detrás del féretro. Tiene pinta de ser la viuda y debe de saberlo.
          En ese momento empezó a llover y abandoné el cortejo. No voy a mojarme por alguien a quien ni siquiera conozco personalmente.

sábado, 2 de marzo de 2013

LOS ANIMALES HABLAN - ALVARO YUNQUE



Los animales hablan
Alvaro Yunque
 Editorial Ercilla, Santiago de Chile, 1930



Dos tigres hermanos, siendo cachorros, se trabaron en lucha por una presa. Uno de ellos sacó un ojo al otro. Pasó el tiempo. Se encontraron años después. Dijo el tigre heridor:
          –¡Querido hermano!
          Y corrió a abrazar al tuerto. Este, receloso, contuvo su efusión.
          –¡Querido hermano! – exclamó el otro -. ¿Aún me tenés rencor? ¡Yo estoy arrepentido de lo que hice! Es necesario que me perdones, que seamos amigos.
          –Sí –respondió el tuerto –. Todo eso es muy bonito; pero es a mí a quien le falta un ojo. Quisiera ser tu amigo y perdonarte, pero cuando me acuerdo que me falta un ojo, me es imposible quererte.
          –¡Estoy arrepentido! –gimió el otro.
          –Si es tanto tu dolor y tu deseo de volver a mi cariño –arguyó el tuerto–, podés llegar a ser mi amigo muy sencillamente. Nada más que con un pequeño sacrificio.
          –¿Cuál?
        –Dejando que yo te saque un ojo a vos. ¿Querés? A cambio de un ojo, ¡una insignificancia!, recuperás un hermano.
          El otro no aceptó.