domingo, 31 de enero de 2010

YO NUNCA INSULTÉ A LAS MESERAS

Tengo por norma no quejarme jamás en un restaurante, porque sé perfectamente que hay más de cuatro billones de soles en la Vía Láctea, que es una de los tantos billones de galaxias. Muchos de esos soles son miles de veces mayores que el nuestro y son ejes de sistemas planetarios completos, que incluyen millones de satélites que se mueven a velocidad de millones de kilómetros porhora, siguiendo enormes órbitas elípticas. Nuestro propio sol y sus planetas, incluídas la Tierra, están en el borde de esta rueda, en un diminuto rincón del universo. Sin embargo, ¿ por qué tantos millones de soles en constante movimiento no acaban chocando unos contra otros? La respuesta es que el espacio es tan inconmesurable que si redujéramos los soles y los planetas proporcionalmente a las distancias entre ellos, cada sol, siendo del tamaño de una mota en polvo, estaría a dos, tres o cuatri mil kilómetros de su vecino más próximo. Y ahora imaínese usted, estoy hablando de la Vía Láctea- Nuestro pequeño rincón - que es nuestra galaxia. ¿ y cuántas galaxias hay? Billones de galaxias esparcidas a través d eun millón de años-luz. Con la ayuda de nuestros precisos telescopios se pueden ver hasta cien millones de galaxias parecidas a la nuestra, y no son toda.s Los científicos han llegado con sus telescopios hasta donde las galaxias parecen juntarse, y todavía quedan billones y billones por descubrir.

Cuando pienso en todo esto, creo que es tonto molestarse con la mesera si trajo consomé en lugar de crema.

HARRY GOLDEN

HARRY GOLDEN

Harry Lewis Oro (mayo 6to, 1902-octubre 2, 1981) fue un escritor judío estadounidense y editor del periódico. Nació Herschel Goldhirsch en el Mikulintsy shtetl, Ucrania, entonces parte de Austria-Hungría.

. En 1904 su padre, Leib Goldhirsch, emigró a Winnipeg, Manitoba, sólo para mover a la familia a Nueva York el año próximo. Harry se convirtió en un corredor de bolsa, pero perdió su trabajo en el accidente de 1929. . Declarado culpable de fraude electrónico, Golden pasó cinco años en una prisión federal en Atlanta, Georgia . En 1941, se mudó a Charlotte, donde, como un reportero del Diario de Trabajo de Charlotte y The Charlotte Observer, escribió acerca y se pronunció contra la segregación racial y las leyes de Jim Crow de la época

De 1942 a 1968, publicó The Golden Carolina israelita como un foro, no sólo por sus opiniones políticas (incluyendo su satírica "El Plan Negro vertical" , que implicó la eliminación de las sillas de los a-ser-integral de edificios, desde el sur Los blancos no le importaba de pie, con los negros, sólo de estar con ellos), pero también observaciones y recuerda de su infancia en la Baja de Nueva York, East Side. Viajó en general: en 1960 para hablar con Judios en Alemania Occidental y otra vez para cubrir el juicio de 1961 Adolf Eichmann en Israel por la vida. En 1974, recibió un indulto presidencial de Richard Nixon. Calvin Trillin ideó la Regla de Oro Harry , que establece que, de acuerdo con Trillin, "hoy en día en América es muy difícil, al comentar sobre los acontecimientos del día, a inventar algo tan extraño que en realidad no podría llegar a su pieza, mientras que todavía está en la imprenta. "

Sus libros incluyen tres colecciones de ensayos de la israelita y una biografía de su amigo, el poeta Carl Sandburg. . Una de esas colecciones, sólo en América, fue la base para una obra de Jerome Lawrence y Robert E. Lee. También mantuvo correspondencia con Billy Graham.

PAGINA ASESINA - CORTAZAR

En un pueblo de escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las 3 de la tarde, muere.
Julio Cortazar: Historias de Cronopios y Famas

lunes, 25 de enero de 2010

DALMIRO SAENZ


Dalmiro Antonio Sáenz (Buenos Aires, 13 de junio de 1926) es un escritor y dramaturgo argentino.


Prolífico escritor y autor de numerosos superventas, las obras teatrales de Dalmiro Sáenz figuran entre las más representadas en Argentina.

Su estilo se caracteriza por una implacable mordacidad acompañada de una hilaridad que se declina hasta el absurdo.

Dalmiro Sáenz vivió durante casi 15 años en la Patagonia, que es donde transcurre la acción de sus primeros cuentos. Luego comenzó a escribir novelas y después, teatro. Perseguido durante la dictadura militar argentina de los años setenta, se vio obligado a abandonar el país y se instaló en Punta del Este, Uruguay. En general es altamente crítico en el terreno de la política (especialmente argentina), como así también respecto de las creencias religiosas.[cita requerida] Vive en Buenos Aires, donde tiene un taller literario; hace comentarios culturales en programas de radio y escribe para diversos diarios y revistas.

Ha escrito los guiones de películas basadas en obras suyas, como el de Setenta veces siete (1962), dirigida por Leopoldo Torre Nilsson o el de Nadie oyó gritar a Cecilio Fuentes, basada en su novela El pecado necesario, dirigida por Fernando Siro y ganadora de la Concha de Plata en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, España (1965).[2] Daniel Tinayre llevó en 1969 a la pantalla grande Kuma Ching (Aventura en Hong Kong /España/ o Un ataúd para Hong Kong /Argentina/) y Rodolfo Kuhn en 1972 su obra teatral ¡Hip... Hip... Ufa! con el título Ufa con el sexo.


EL PASTOR MENTIROSO - DALMIRO SAENZ

En realidad la versión oficial es la correcta. El pastor solía alarmar a los vecinos gritando que venía un lobo para matarse después de risa diciendo:
-¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡No hay ningún lobo! Era una broma.
Un día no fue broma. Un lobo apareció y cuando el pastor dio la alarma los vecinos exclamaron:
-Qué va. Debe ser otra de sus chanzas- y nadie vino en su auxilio y el lobo se comió todas las ovejas.
Arrepentido, el pastor pidió perdón a Dios e ingresó en una iglesia evangélica llegando con los años a recibirse de Pastor. Pero su fama no lo abandonó. Los feligreses lo seguían llamando el Pastor mentiroso y bastó que dijera en su primer sermón desde el púlpito:
"Dios existe" para que todos salieran ateos de la iglesia.
Dios, desde el cielo, se dijo:
-Yo mío, ¿qué hago con este pelotudo? Uno de sus asesores sugirió: -Un diluvio tal vez.
Dios sonrió y dijo:
-Apenas me creen el otro.
-Algo parecido a Sodoma y Gomorra tal vez. Dios volvió a sonreír y dijo: -Habeas corpus.
Cualquier cosa decía Dios a veces. Por fin decidió mandar un Angel.
El Angel se presentó ante el Pastor y le dijo: -Vengo de parte de Dios.
El Pastor lo miró y le preguntó:
-Pero ¿Dios existe? ¿En serio existe? Porque en el pueblo andan diciendo que no existe.
-No sólo existe -contestó el Angel- sino que os manda a decir que vengáis al pueblo, casa por casa, y pregonéis la noticia de que Dios no existe.
El Pastor lo hizo. Golpeó cada puerta v dijo: -Dios no existe.
-¿Quién lo dijo?
-Dios -contestaba el muy pelotudo.
Entonces el Angel decidió dar a esos incrédulos una lección.
-Vamos juntos -dijo el Angel.
A la primera puerta que golpearon los atendió una mujer:
-¿Qué deseáis?
El Pastor dijo:
-Traje conmigo un ángel enviado por Dios.
La noticia corrió de boca en boca. El Pastor mentiroso había traído a un Demonio enviado por Lucifer, por lo tanto era evidente que Dios no existía, pero sí el Demonio.
La primeras misas negras se organizaron en la plaza del pueblo. Se erigió una estatua a Lucifer. Las santerías empezaron a vender barritas de azufre y estampitas con la efigie del Diablo.
En las escuelas se enseñaba que las virtudes eran malas y que los pecados eran buenos y entre estos pecados la mentira era el más preciado.
Al Pastor mentiroso se lo nombró Obispo y se construyó para él una basílica. La maldad generó el progreso. Para defender la guerra se inventó la paz, para incentivar el sexo se inventó la prohibición, Para que pudiera haber ladrones se inventó la propiedad privada, para que existiera la soberbia se inventó la humildad, para que persistiera el caos se instauró el orden, para que existieran los dictadores se inventó la democracia, para resaltar el odio se generó el amor, para preservar la injusticia se creó la justicia y para justificar al Demonio se inventó a Dios.
El Angel retornó al Cielo y se presentó al Creador.
-Misión cumplida -le dijo, y el Señor se regocijó con él.

Dalmiro Saenz – Cuentos para niños pornográficos (1994)

domingo, 24 de enero de 2010

LA TORTUGA Y AQUILES - MONTERROSO


La Tortuga y Aquiles (Augusto Monterroso, guatemalteco)
Por fin, según el cable, la semana pasada la Tortuga llegó a la meta.
En rueda de prensa declaró modestamente que siempre temió perder, pues su contrincante le pisó todo el tiempo los talones.
En efecto, una diezmiltrillonésima de segundo después, como una flecha y maldiciendo a Zenón de Elea, llegó Aquiles.

OMAR LARA

Omar Lara nació en Nueva Imperial en 1941. Fundó y dirigió el grupo de poesía Trilce y la revista del mismo nombre en 1965, esta revista se publica actualmente en su tercera época. Obtiene el Premio de la Extención Cultural de la I. Municipalidad de Valdivia en 1972; el Premio Municipal de Arte de la I. Municipalidad de Concepción,1992; el Premio Casa de las Américas de poesía, La Habana,1975; el Premio Mundial de Poesía Fernando Rielo, Madrid 1983, por la traducción de El Ecuador y los Polos, del poeta Rumano Marín Sorescu; la Beca de creación de la Fundación Guggenheim en 1983. Exonerado en 1973, reside sucesivamente en Lima, Bucarest y Madrid, fundando en esta última ciudad las ediciones Literatura Americana Reunida (LAR). En 1984 regresa a Chile para establecerse el la ciudad de Concepción.

TOQUE DE QUEDA - OMAR LARA


Toque de queda (Omar Lara, chileno)
-Quédate, le dije.
Y la toqué.

sábado, 23 de enero de 2010

JUNA EMAR




JUAN EMAR

Juan José Arreola fue el cuarto hijo del matrimonio formado por Felipe Arreola y Victoria Zúñiga. Nació en México en 1918. Entre 1926 y 1929 desarrolló sus estudios básicos en su ciudad natal.

En 1930 empezó a trabajar como encuadernador, e inició una larga serie de oficios. En 1934 escribió sus tres primeros textos literarios. Después de tres años, en 1937, se instaló en México, D.F., y se inscribió en la Escuela Teatral de Bellas Artes.

En 1941, mientras trabajaba como maestro, publicó su primera obra, Sueño de Navidad. Posteriormente trabajó como periodista. En 1945 colaboró con Juan Rulfo y Antonio Alatorre en la publicación de la revista Pan, de Guadalajara. Viajó a París bajo la protección del actor Louis Jouvet. Allí conoció a J. L. Barrault y Pierre Renoir. Un año después regresó a México.

En 1948, gracias a Antonio Alatorre, encontró trabajo en el Fondo de Cultura Económica como corrector y autor de solapas. Obtuvo una beca en El Colegio de México gracias a la intervención de Alfonso Reyes. Su primer libro de cuentos Varia invención, apareció en 1949, editado por el FCE. Para 1950, comenzó a colaborar en la colección "Los Presentes", y recibió una beca de la Fundación Rockefeller.

En 1952 apareció la que muchos consideran su primera gran obra Confabulario, gracias a la cual recibió en 1953 el Premio Jalisco en Literatura. En 1955 fue galardonado con el Premio del Festival Dramático del Instituto Nacional de Bellas Artes. En 1963, año en que recibió el Premio Xavier Villaurrutia, salió a la luz pública otra de sus grandes obras, la novela La feria.[1] En 1964 dirigió la colección "El Unicornio", y se inició como profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México.

En 1969, recibió Presea de Reconocimiento de parte del Grupo Cultural "José Clemente Orozco", de Ciudad Guzmán. En 1972 se publicó la edición de Bestiario, que completaba la serie iniciada en 1958, con Punta de plata.

En 1979 recibió el Premio Nacional en Letras, en la Ciudad de México.[2] Diez años más tarde, se hizo acreedor al Premio Jalisco en Letras (1989). En 1992, recibió el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, que se concede al conjunto de una producción literaria, y se entrega en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. En 1997, recibió el Premio Alfonso Reyes; y en 1998, el Premio Ramón López Velarde. En 1999, con motivo de su ochenta aniversario, el Ayuntamiento de Guadalajara, le entregó reconocimiento y lo nombró hijo preclaro y predilecto, durante una ceremonia protocolar efectuada en el Hospicio Cabañas en Guadalajara.

En 1992 participó como comentarista de Televisa para los Juegos Olímpicos de Barcelona.

En 1995 recibe el Premio Internacional Alfonso Reyes.

Víctima de una hidrocefalia, que lo aquejó durante sus últimos 3 años, muere a los 83 años en su casa en Jalisco, dejando a su viuda, tres hijos y seis nietos.


Álvaro Yáñez Bianchi, más conocido por el seudónimo Juan o Jean Emar (Santiago de Chile, 1893- † Santiago 8 de abril de 1964), fue un escritor, crítico de arte y pintor chileno, máximo exponente local de la vanguardia literaria de las décadas de 1920 y 1930 en el género narrativo, e integrante del colectivo de artistas plásticos Grupo Montparnasse. Sus obras más destacadas son la colección de cuentos Diez (1937), las novelas breves Ayer, Un año, y Miltín 1934 (todas publicadas en 1935). Tras la indiferencia de público y crítica frente a sus libros, el autor desapareció de la escena artística y se dedicó casi exclusivamente a escribir la extensísima novela Umbral.

El autor emprendió la escritura de esta última obra en 1942, tarea que continuó, durante sus últimos años, enclaustrado en Vilcún, una localidad de la IX Región de la Araucanía, sin abandonar la redacción de la novela hasta su muerte. Umbral consta de cinco tomos, cuatro "pilares" y un "umbral", que en el original del autor completaban 5.000 páginas mecanografiadas.
Hijo del senador y empresario Eliodoro Yáñez, quien deseó convertirlo en un político de grandes ambiciones. Sus primeros años, y llamado familiarmente Pilo, pasaron entre Chile y viajes a Europa, viviendo la despreocupada vida elegante de la aristocracia santiaguina y las presiones de su padre para que estudiara Derecho.

En 1918 se casó con su prima Herminia Yáñez, más conocida como Mina. Con ella emprendió al año siguiente, un nuevo viaje a Europa, que parece haber sido el definitivo para él. La pareja se instaló en París, en la calle Hegesippe Moreau. Él se inscribió en clases de pintura y dibujo dictadas en la Academia de la Grande Chaumiére, en Montparnasse. Paralelamente, trabajó en la Legación Chilena (embajada), con el cargo de Primer Secretario. Es un empleo conseguido a través de las influencias familiares, pero ajeno al carácter del joven Álvaro Yáñez.

El padre parece haberse resignado a que su hijo fuera un artista, a principios de la década de 1920s, cuando Álvaro regresa de Europa completamente imbuido en las nuevas tendencias artísticas parisinas.

En junio de 1930 contrae matrimonio con Gabriela Rivadeneira Rodríguez, matrimonio del que nacen Marcela, Pilar y Clara Yáñez Rivadeneira.

Crítico de arte
El último trabajo formal que tuvo, fue el de columnista y crítico de arte del diario La Nación, fundado por su padre. Asumió en dichas columnas, en 1924, el seudónimo Jean Emar, después Juan Emar, tomado de la expresión francesa “J’ en ai marre” (estoy harto).

En sus columna defendió las nuevas tendencias artísticas de la vanguardia europea, abogando por una superación del criollismo y academicismo, de moda en el Chile de aquellos años. Convirtió la página de arte de La Nación en un reducto de la vanguardia, incluyendo colaboraciones de Vicente Huidobro y Julio Ortiz de Zárate, e ilustraciones originales de autores como Henriette Petit y Luis Vargas Rosas, además de reproducciones de artistas europeos del fauvismo, cubismo y otras .

En 1925 publicó un anticipo del poemario Altazor, de Vicente Huidobro, que con el tiempo sería considerado una obra maestra.

Por otro lado, en la sección Crítica y Críticos rebatió a los entendidos que publicaban en otros periódicos, encarando el convencionalismo autosuficiente sus opiniones.

Realizó esta labor hasta 1927, año en que el periódico fue expropiado por el gobierno dictatorial de Carlos Ibáñez del Campo. Un rudo golpe para su familia, pues además su padre fue deportado.

El mismo año se separa de su primera mujer. Viaja entre Chile y Europa, donde inicia una relación con la francesa Álice la Martiniere, Pépéche.

OBRA

Torcuato (1917, inédito)
Ayer (1935)
Un año (1935)
Miltín 1934 (1935)
Diez (1937)
Umbral (publicación póstuma: edición parcial 1977, completa en 1996

jueves, 21 de enero de 2010

POLLERAS GITANAS - PABLO FELLER




POLLERAS GITANAS

Hanz Teppel es un funcionario eficiente y creativo. Es de los que regresan a su hogar con la satisfacción del deber cumplido y feliz de disfrutar con su familia. A diario en su trabajo se cruza con cientos y cientos de cadáveres y de moribundos por cuyos cuerpos trepan hormigas, piojos y bichos voladores que se meten en los pelos y en todo orificio que encuentran. Hanz Teppel es el encargado de la cámara de gas en los turnos vespertinos y nocturno. El mismo ideó un sistema que en trece minutos liquida cada turno. Controla además que la cantidad de personas gaseadas sola la misma en cada día en cada turno. En su hogar nada de esto comenta, solo algunas explicaciones al pasar: que él es el encargado de las duchas, a la cámara de gas la nombra como barracas transitorias y el humo que despiden las altas chimeneas que se esparce por toda la comarca con un olor insoportable lo atribuye a la mezcla de distintos desinfectantes. Cada tanto recoge algunas prendas que le arranca a las cautivas, las que a primera vista considera de calidad y se las lleva a su casa. De unas gitanas que fueron despojadas de sus polleras le llamó la atención el colorido con aplicaciones de hilos dorados y plateados , las sustrajo y las regaló a su mujer ya su hija quienes elogiaron su buen gusto.
Una tarde de Enero, cumplido su turno vespertino solicitó ser reemplazado. Otro se hizo cargo del turno nocturno. Su hija cumple años y desea llegar a tiempo para higienizarse, distenderse un rato y estar presentable. Antes seleccionó dos tapados impecables con botones de porcelana, pasó por un negocio de la comarca y los hizo empaquetar por separado. Llegó a su casa contento por los regalos que llevaba. Estaba lista la sala para recibir a los invitados, las bebidas alcohólicas a la vista. Llamó varias veces a sus mujeres y nadie respondió, hasta levantó la voz, sin resultado. Salió al jardín y se encontró con la vecina que estaba plumereando las ventanas abarrotadas de ceniza. Por ella se enteró que su mujer y su hija fueron a la barraca a darle una sorpresa y conocer las duchas. Hanz miró su reloj, se trepó a la bicicleta de la nena, buscó un atajo pero al llegar a la vía del tren tuvo que detenerse. Un tren con decenas de vagones se dirigía al campo. Volvió a mirar su reloj, abandonó la bicicleta y saltó al estribo del último vagón. El tren se detuvo cinco kilómetros antes de su destino y miles de personas fueron obligadas a saltar de los vagones. En correcta fila y en silencio total iniciaron la caminata. Hanz abandonó en un santiamén el tren . corrió enloquecidamente cuando un disparo lo detuvo, levantó sus manos, se acercó al soldado, asustado balbuceó algo, quiso explicar que corría en busca de su mujer y su hija. De respuesta un culatazo le hizo saltar varios dientes, le rompió la nariz y la mandíbula y quedó desfigurado, fue empujado a la fila y en ese estado no pudo pronunciar palabra alguna. Al llegar al portón salió nuevamente disparando, un soldado lo volteó, le arrancó sus ropas, lo levantó de los pelos luego de patearlo y regalarle un buen escupitajo. Su cuerpo quedó tirado toda la noche. Con la cara destrozada y la sangre que había fluido por todos los orificios fue pasto fácil para todo tipo de bichos. Al despertar el día fue el primero del turno matutino. Alguien le limpió la cara, apenas pudo entreabrir un ojo, lo suficiente para ver el cesto de donde sobresalían las polleras gitanas, desesperado volvió a escuchar la maldición que anticipó la gitana cuando la desnudaron y le arrancaron las polleras.
Su ausencia hizo que una patrulla fuera a buscarlo y al no ubicar a ninguno de los Teppel interpretaron que su pedido de reemplazo fue premeditado para darse a la fuga. Con lanzallamas incendiaron su casa con todo lo acumulado en ella y ordenaron la captura de todos. Nunca los ubicaron. Hanz Teppel y familia se hicieron humo.

PABLO FELLER. Cuento premiado con el tercer premio sobre 2.200 presentados en un concurso de Metrovías,, subte de Buenos Aires. El concurso se tituló Cuentos Cortos de Terror. Y publicado en un libro.


miércoles, 20 de enero de 2010

MICROBIOGRAFIAS - VICTOR DOMINGO SILVA



ESCRITORES CHILENOS
VICTOR DOMINGO SILVA

Alineación al centro
Víctor Domingo Silva Endeiza (Tongoy, 12 de mayo de 1882 - † Santiago, 20 de agosto de 1960) fue un poeta, periodista, diputado, dramaturgo y escritor chileno de origen vasco, Premio Nacional de Literatura 1954.
Hijo de una culta familia, sus padres le inculcaron el amor a las letras. En 1901 se traslada a Valparaíso, ciudad donde vivirá durante 15 años, fundamentalmente en la calle Taqueadero 55 de Playa Ancha. En compañía de otros escritores fundó el Ateneo de la Juventud de Valparaíso, y la Universidad Popular. Posteriormente se dedicó a la política y fue electo diputado en 1906 por las provincias de Copiapó, Chañaral, Vallenar y Freirina. En esta misma época inició sus publicaciones en el diario El Mercurio de Valparaíso, en donde utilizaría el seudónimo de Cristóbal de Zárate. Fue llamado el poeta nacional, ya que dedicó buena parte de su poesía a temas nacionales, tales como su famoso poema "Al Pie de la Bandera", en el cual exalta su patriotismo. Mantuvo una estrecha relación de amistad con los poetas Zoilo Escobar y Carlos Pezoa Véliz, y con los novelistas Daniel de la Vega, Joaquín Edwards Bello y Augusto D'Halmar.

Ingresó a la diplomacia en 1928, siendo destinado a la Patagonia argentina, convirtiéndose en un impulsor del establecimiento de la provincia de Aysén. En 1928 viaja destinado como cónsul general de Chile en Madrid y regresa al país en 1948. Recibió varios premios, entre los que destacan el citado Nacional de Literatura en 1954 y el de Teatro en 1959.

Sus principales obras son:

* Adolescencia (1906)
* Golondrina de invierno (1912, novela)
* Palomilla brava (1923, novela)
* El alma de Chile (1928), antología poética
* El mestizo Alejo (1934)
* Poemas de Ultramar (1935)
* El cachorro (1937)
* La Criollita

En teatro se destacan:

* El Rey de la Araucanía (1936)
* Aún no se ha puesto el sol (1950)
* La tempestad se avecina
* El hombre de la casa

domingo, 17 de enero de 2010

MICROBIOGRAFÍAS - BALDOMERO LILLO


ESCRITORES CHILENOS

BALDOMERO LILLO


Baldomero Lillo Figueroa (Lota, 6 de enero de 1867 - San Bernardo, 10 de septiembre de 1923) cuentista chileno, considerado el maestro del género del realismo social en su país.
Vida y obras

Fue hijo de José Nazario Lillo Mendoza y Mercedes Figueroa, y además hermano de Samuel A. Lillo. Nació en la ciudad minera de Lota, en la que pasaría toda su infancia y parte de su adultez. Por razones económicas debió dejar sus estudios (alcanza solo el segundo año de humanidades) para trabajar, consiguiendo empleo como "oficial de pluma" (empleado administrativo) en una de las pulperías mineras. Este trabajo le dio tiempo para la lectura, afición en la que lo inicia su padre, y además le permitió conocer la realidad de los mineros del carbón de su Lota natal, que plasmaría en sus obras.

Se trasladó a Santiago de Chile en 1898, al conseguirle su hermano Samuel un cargo administrativo en la Universidad de Chile.

Los temas de sus cuentos estuvieron siempre vinculados a los sectores más marginados y explotados de la sociedad chilena, prevaleciendo en sus historias el sufrimiento y humanidad de los personajes. Sus cuentos están cargados de los más mínimos detalles, debido principalmente a su carácter naturalista. Su primer cuento publicado fue "Juan Fariña", premiado en un concurso de La Revista Católica de Santiago en 1901. Colaboró después en El Mercurio y la revista Zig-Zag, apareciendo en esta última regularmente su obra.

Entre sus obras principales se encuentran las colecciones de cuentos "Subterra" (1904, serie de relatos basados en los mineros del carbón de Lota), "Subsole" (1907, basado en la vida rural, incluyendo cuentos menos dramáticos), "Inamible" y "Quilapán".

Hacia el final de su vida comenzó a redactar La huelga, una novela sobre la matanza de Santa María de Iquique que debía de ser su obra maestra, pero murió producto de una tuberculosis pulmonar crónica en el año 1923, sin haber concluido el trabajo.

ARMISTICIO- JUAN JOSÉ ARREOLA

EL ARMISTICIO
JUAN JOSÉ URREOLA

Con fecha de hoy retiro de tu vida mis tropas de ocupación. Me desentiendo de todos los invasores en cuerpo y alma. Nos veremos las caras en la tierra de nadie. Allí donde un ángel señala desde lejos invitándonos a entrar: Se alquila paraíso, en ruinas.

sábado, 16 de enero de 2010

BIOGRAFÍA DE JUAN JOSÉ ARREOLA

Juan José Arreola fue el cuarto hijo del matrimonio formado por Felipe Arreola y Victoria Zúñiga. Nació en México en 1918. Entre 1926 y 1929 desarrolló sus estudios básicos en su ciudad natal.

En 1930 empezó a trabajar como encuadernador, e inició una larga serie de oficios. En 1934 escribió sus tres primeros textos literarios. Después de tres años, en 1937, se instaló en México, D.F., y se inscribió en la Escuela Teatral de Bellas Artes.

En 1941, mientras trabajaba como maestro, publicó su primera obra, Sueño de Navidad. Posteriormente trabajó como periodista. En 1945 colaboró con Juan Rulfo y Antonio Alatorre en la publicación de la revista Pan, de Guadalajara. Viajó a París bajo la protección del actor Louis Jouvet. Allí conoció a J. L. Barrault y Pierre Renoir. Un año después regresó a México.

En 1948, gracias a Antonio Alatorre, encontró trabajo en el Fondo de Cultura Económica como corrector y autor de solapas. Obtuvo una beca en El Colegio de México gracias a la intervención de Alfonso Reyes. Su primer libro de cuentos Varia invención, apareció en 1949, editado por el FCE. Para 1950, comenzó a colaborar en la colección "Los Presentes", y recibió una beca de la Fundación Rockefeller.

En 1952 apareció la que muchos consideran su primera gran obra Confabulario, gracias a la cual recibió en 1953 el Premio Jalisco en Literatura. En 1955 fue galardonado con el Premio del Festival Dramático del Instituto Nacional de Bellas Artes. En 1963, año en que recibió el Premio Xavier Villaurrutia, salió a la luz pública otra de sus grandes obras, la novela La feria.[1] En 1964 dirigió la colección "El Unicornio", y se inició como profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México.

En 1969, recibió Presea de Reconocimiento de parte del Grupo Cultural "José Clemente Orozco", de Ciudad Guzmán. En 1972 se publicó la edición de Bestiario, que completaba la serie iniciada en 1958, con Punta de plata.

En 1979 recibió el Premio Nacional en Letras, en la Ciudad de México.[2] Diez años más tarde, se hizo acreedor al Premio Jalisco en Letras (1989). En 1992, recibió el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, que se concede al conjunto de una producción literaria, y se entrega en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. En 1997, recibió el Premio Alfonso Reyes; y en 1998, el Premio Ramón López Velarde. En 1999, con motivo de su ochenta aniversario, el Ayuntamiento de Guadalajara, le entregó reconocimiento y lo nombró hijo preclaro y predilecto, durante una ceremonia protocolar efectuada en el Hospicio Cabañas en Guadalajara.

En 1992 participó como comentarista de Televisa para los Juegos Olímpicos de Barcelona.

En 1995 recibe el Premio Internacional Alfonso Reyes.

Víctima de una hidrocefalia, que lo aquejó durante sus últimos 3 años, muere a los 83 años en su casa en Jalisco, dejando a su viuda, tres hijos y seis nietos.

viernes, 15 de enero de 2010

MICROBIOGRAFÍA DE CARLOS PEZOA VELIZ

ESCRITORES CHILENO
CARLOS PEZOA VELIZ

Carlos Pezoa Veliz nació un 21 de julio de 1879. Fue hijo ilegítimo de un inmigrante español de apellido Moyano y una costurera llamada Elvira Jaña. De muy temprana edad fue adoptado por José María Pezoa y doña Emerencia Véliz, un matrimonio de edad madura sin hijos.

Fue alumno del Liceo San Agustín y del Instituto Superior de Comercio, pero por tener que enrolarse en la Guardia Nacional, debido a los conflictos limítrofes existentes con Argentina, abandonó sus estudios en 1898.

A principios del siglo pasado, colaboro con sus poemas en distintos diarios, siendo el más conocido el "Luz y sombra", en donde colaboro con varios poemas, entre ellos el conocido "Nada"

En 1902 se mudó a Valparaíso, donde colaboró con el diario La Voz del Pueblo, y posteriormente con La Comedia Humana, de Viña del Mar.

Perteneció al grupo de poetas Modernistas chilenos que se alejaron de dicho movimiento para acercarse a la poesía descriptiva de la realidad chilena, en la que se trataban con más dedicación tópicos en relación a la tradición nacional.

Su reconocimiento como poeta lo logra, en el Ateneo de Santiago, lugar donde se reunía la elite literaria de la época. En esa ocasión, deleito al publico presente con su poema "Pancho y Tomas"

Como reportero sus trabajos más célebres, publicados en el diario La Voz del Pueblo, son un conjunto de artículos y reportajes sobre la región del salitre (1905)

A raíz del terremoto que sacudió a Valparaíso el 16 de agosto de 1906, Pezoa Véliz resultó severamente herido al quedar atrapado en un derrumbe de las paredes de la pensión donde residía, en la calle Viana en Viña del Mar. Es internado en el Hospital Alemán de Valparaíso con sus dos piernas destrozadas; posteriormente, después de una larga y dolorosa convalecencia, es traladado a Santiago e ingresado al Hospital San Vicente de Paul, hoy hospital clínico de la Universidad de Chile, donde se le diagnostica tuberculosis al peritoneo, enfermedad de la que morirá, el 21 de abril de 1908, sin todavía cumplir 30 años de edad. Su obra se mantuvo inédita hasta después de su muerte. Al día siguiente al de su muerte un redactor del Diario Ilustrado escribió: "Hoy sus íntimos llevarán su cadáver al cementerio. Mañana nadie se acordará de él". El tiempo ha demostrado lo contrario.
Obra

* Alma Chilena. 1911.(poesía)
* Las Campanas de Oro. 1920 (cuentos)
* Cuentos y Artículos. 1927 (miscelánea)
* Antología de Carlos Pezoa Véliz. 1957.

MICROBIOGRAFIA DE ALBERTO BLEST GANA


Alberto Blest Gana (1830; Santiago - 1920; París) fue un novelista y diplomático chileno, considerado el padre de la novela chilena. Blest Gana era descendiente irlandés y vasco.

Fue hijo del irlandés William Blest y de la criolla chilena María de la Luz Gana López. Realizó sus estudios en la Escuela Militar y los perfeccionó en Francia.

De tendencia liberal, fue nombrado intendente de la provincia de Colchagua y a partir de 1866 fue representante diplomático de Chile en Washington, Londres y París.

Entre sus logros más exitosos destacan la incorporación de Chile a la Unión Postal Universal y la compra de armamento en Francia, y Alemania (cañones Krupp) para el Ejército de Chile durante la Guerra del Pacífico.

También participó en la negociación limítrofe con Argentina, pero con menor suerte que en sus actividades anteriores.

Su obra literaria esta teñida por los ideales estéticos y temáticos del realismo y romanticismo europeo. Destacan entre sus novelas " Martín Rivas " (1862) sobre el ascenso social de un joven de clase media, considerada la primera novela chilena, y "El ideal de un Calavera".

En (1861), publicó "la venganza" en (1863), publicó "Durante la Reconquista" (1879 novela histórica del periodo 1814-1817); "Los Trasplantados" (1906) y "El Loco Estero" (1909 con gratas reminiscencias de su infancia.

Su habilidad para retratar personajes y describir costumbres vale más que su grato estilo narrativo, a veces insuficientemente cuidado y propenso a galicismos. Dejó también una comedia: El jefe de familia (1858).

Además de Martín Rivas como novela romántica, creó la obra: "La aritmética en el amor", una gran y hermosa novela.

jueves, 14 de enero de 2010

Un canario como regalo - Ernest Hemingway

El tren pasó rápidamente junto a una larga casa de piedra roja con jardín, y, en él, cuatro gruesas palmeras, a la sombra de cada una de las cuales había una mesa. Al otro lado estaba el mar. El tren penetró en una hendidura cavada en la roca rojiza y la arcilla, y el mar sólo podía verse entonces interrumpidamente y muy abajo, contra las rocas.
-Lo compré en Palermo -dijo la dama norteamericana-. Sólo estuvimos en tierra una hora. Era un domingo por la mañana. El hombre quería que le pagara en dólares y le di un dólar y medio. En realidad canta admirablemente.
Hacía mucho calor en el tren y en el coche-salón. No entraba ni un soplo de brisa por la ventanilla abierta. La dama norteamericana bajó la persiana de madera y ya no pudo verse más el mar, ni siquiera de vez en cuando. Al otro lado estaban los vidrios, luego el corredor, detrás una ventanilla abierta y fuera de ella árboles polvorientos, un camino asfaltado y extensos viñedos rodeados de grises colinas.
Al llegar a Marsella veíamos el humo de muchas chimeneas. El tren disminuyó la velocidad y entró en una vía, entre las muchas que llevaban a la estación. Se detuvo veinte minutos en Marsella y la dama norteamericana compró un ejemplar de The Daily Mail y media botella de agua mineral Evian. Paseó un poco a lo largo del andén de la estación, pero sin alejarse mucho de los escalones del vagón, debido a que en Cannes, donde el tren se detuvo doce minutos, partió de pronto sin advertencia alguna, y ella pudo subir justamente a tiempo. La dama norteamericana era un poco sorda y temió que se dieran las habituales señales de partida del convoy y ella no pudiera oírlas.
El tren partió y no sólo podían verse las playas de maniobras y el humo de las grandes chimeneas, sino también, hacia atrás, la propia ciudad de Marsella y el puerto, con sus colinas grises en el fondo y los últimos destellos del sol en el mar. Mientras oscurecía, el tren pasó cerca de una granja incendiada. Había automóviles detenidos en el camino y desde dentro del edificio de la granja se sacaban al campo ropas de cama y otras cosas. Había mucha gente contemplando cómo ardía la casa. Era ya de noche cuando el tren llegó a Aviñón. La gente dejó el convoy. En los quioscos, los franceses que volvían a París compraban los periódicos del día. En el andén había soldados negros. Llevaban uniforme castaño, eran altos y sus rostros brillaban bajo la luz eléctrica. El tren dejó Aviñón y los negros quedaron allí, de pie. Un sargento blanco, de baja estatura, estaba con ellos.
Dentro del coche-cama el camarero había bajado las tres literas de la pared y ya estaban preparadas para dormir. La dama norteamericana no durmió durante la noche porque el tren era un rapide que iba a gran velocidad y ella temía durante la noche. La cama de la dama norteamericana era la que estaba más cerca de la ventanilla. El canario de Palermo, con una manta extendida sobre la jaula, estaba fuera del camarote, en el corredor que llevaba al lavabo. Fuera del compartimiento había una luz azulada. Durante toda la noche el tren viajó muy velozmente y la dama norteamericana se despertaba esperando un accidente.
Por la mañana, el tren se hallaba cerca de París y después que la dama norteamericana salió del lavabo, muy norteamericana, muy saludable y muy de edad mediana, a pesar de no haber dormido, quitó la manta de la jaula y la colgó al sol, volviendo al vagón restaurante para desayunar. Cuando volvió al coche-cama las literas habían sido levantadas de nuevo y transformadas en asientos, el canario estaba acicalándose las plumas al sol, que entraba por la ventanilla abierta, y el tren estaba mucho más cerca de París.
-Ama el sol -dijo la dama norteamericana-. Ahora, dentro de un momento, cantará.
El canario siguió arreglándose las plumas y espulgándose.
-Siempre me han gustado los pájaros -dijo la dama norteamericana-. Lo llevo a casa para mi niña. Ahí está... ahora canta.
El canario pió y las plumas de la garganta permanecieron inmóviles. Bajó el pico y comenzó a espulgarse de nuevo. El tren cruzó un río y pasó a través de un bosque muy cuidado. El tren pasó por muchos de los pueblos de las afueras de París. Había tranvías en los pueblos y grandes cartelones de propaganda de la Belle Jardiniere, Dubonnet y Pernod, en los muros y paredes cerca de los cuales pasaba el tren. Todos los lugares por donde éste pasaba tenían el aspecto de no haberse despertado todavía. Durante unos minutos no escuché a la dama norteamericana, que estaba hablándole a mi esposa.
-¿Su esposo es también norteamericano? -preguntó la dama.
-Sí -dijo mi mujer-. Ambos somos norteamericanos.
-Creí que eran ingleses.
-¡Oh, no!
-Será tal vez porque llevo tirantes. -Había empezado a decir «tiradores», pero cambié la palabra al salir de mi boca, para mantener mi lenguaje de acuerdo con mi aspecto de inglés. La dama norteamericana no me oyó. Realmente era completamente sorda; leía en los labios y yo no la había mirado al hablar. Miraba afuera, por la ventanilla. Continuó hablando con mi esposa.
-Me alegro de que sean norteamericanos. Los hombres norteamericanos son los mejores maridos -estaba diciendo la dama norteamericana-. Por eso dejamos el continente, ¿sabe usted? Mi hija se enamoró de un hombre en Vevey -se detuvo-. Estaban locos, sencillamente -se detuvo de nuevo-. La saqué de allí, por supuesto.
-¿Logró soportarlo? -preguntó mi mujer.
-No lo creo -dijo la dama norteamericana-. No quería comer nada y no dormía. Me empeñé en consolarla, pero parece no tener interés por nada. No le importa nada, pero yo no podía dejarla casar con un extranjero. -Hizo una pausa-. Alguien, un buen amigo mío, me dijo una vez: «Ningún extranjero puede ser un buen marido para una norteamericana».
-No -dijo mí esposa-; supongo que no.
La dama norteamericana admiró el abrigo de viaje de mi esposa y luego supimos que la dama norteamericana había adquirido sus propias ropas durante veinte años en la misma maison de couture de la rue Saint Honoré. Tenían sus medidas y una vendeuse que la conocía y sabía sus gustos, elegía sus vestidos y los enviaba a los Estados Unidos. Las ropas llegaban a una oficina de correos cercana al lugar donde ella vivía, en la ciudad de Nueva York, y los derechos de importación no eran nunca exorbitantes, porque abrían las cajas allí mismo, en la sucursal de correos, para revisarlas y siempre eran sencillas, sin encajes doradas ni adornos que hicieran aparecer los vestidos como muy caros. Antes de la vendeuse actual, llamada Théresé, había otra llamada Amélie. En total sólo trabajaron esas dos en los últimos veinte afros. La couturière era siempre la misma. Los precios, sin embargo, habían aumentado. Ahora tenían también las medidas de su hija. Ya era bastante crecida y no existía muchas probabilidades de que cambiaran con el tiempo.
El tren estaba ahora llegando a París. Las fortificaciones habían sido derribadas, pero la hierba no había crecido. Había muchos vagones en las vías: coches restaurante de madera oscura y coches-cama, que partirían para Italia a las cinco de esa misma tarde, si ese tren sale todavía a las cinco; los coches tenían carteles que decían: París-Roma; otros de dos pisos, que iban y volvían de los suburbios y en los que, a ciertas horas, los asientos de amibos pisos estaban llenos de gente y pasaban cerca de las blancas paredes y de las ventanas de las casas. Nadie se había desayunado todavía.
-Los norteamericanos son los mejores maridos -decía la dama norteamericana a mi esposa. Yo estaba bajando las maletas-. Los hombres norteamericanos son los únicos con quienes una se puede casar en todo el mundo.
-¿Cuánto tiempo hace que dejó usted Vevey? -preguntó mi mujer.
-Hará dos años este otoño. A ella le llevo este canario.
-¿El hombre de quien estaba enamorada su hija era suizo?
-Sí -dijo la dama norteamericana-. Era de una familia muy buena de Vevey. Estudiaba ingeniería. Se conocieron en Vevey, solían dar largos paseos juntos.
-Conozco Vevey -dijo mi esposa-. Pasamos allí nuestra luna de miel.
-¿Sí? ¡Debe haber sido maravilloso! Yo no tenía, por supuesto, la menor idea de que se había enamorado de él.
-Es un lugar muy bonito -dijo mi esposa.
-Sí -dijo la dama norteamericana-. ¿Verdad que es magnifico? ¿Dónde se alojaron ustedes?
-En el Trois Couronnes.
-Es un gran hotel -dijo la dama norteamericana.
-Sí -replico mi esposa-. Teníamos una habitación preciosa y en otoño el lugar era adorable.
-¿Estaban ustedes allí en otoño?
-Sí -dijo mi esposa.
Pasábamos en ese momento al lado de tres vagones que habían sufrido algún accidente. Estaban hechos astillas y con los techos hundidos.
-Miren -dije-. Debe haber sido un accidente.
La dama norteamericana miró y vio el último vagón.
-Toda la noche tuve miedo de que ocurriera alguna cosa así -dijo-. A veces tengo horribles presentimientos. Nunca más viajaré en un rapide por la noche. Debe haber otros trenes cómodos que no viajen con tanta rapidez.
El tren entró en la oscuridad de la Gare du Lyon y se detuvo. Los mozos se acercaron a las ventanillas. Pronto nos encontramos en la turbia largura de los andenes y la dama norteamericana se puso en manos de uno de los tres hombres de la Cook, que dijo:
-Un momento, señora, buscaré su nombre.
El mozo trajo un baúl y lo colocó junto al equipaje. Ambos nos despedimos de la dama norteamericana, cuyo nombre había encontrado el empleado de la Agencia Cook en una de las hojas escritas a máquina, que sacó de entre un manojo de éstas y que volvió a poner en su bolsillo.
Seguimos al mozo con el baúl, a lo largo del prolongado andén de cemento que corría al lado del tren. Al final había una puerta de hierro y un hombre nos tomó los billetes.
Volvíamos a París para establecernos en residencias separadas.

miércoles, 13 de enero de 2010

ERNEST HEMINGWAY


Ernest Miller Hemingway (Oak Park, 21 de julio de 1899 – Ketchum, 2 de julio de 1961) fue un escritor y periodista estadounidense, y uno de los principales novelistas y cuentistas del siglo XX. Ganó el Premio Nobel de Literatura en 1954 por su obra completa.
El 2 de julio de 1961 se disparó a sí mismo con una escopeta. Dada la ausencia de una nota de suicidio y el ángulo del disparo, es difícil determinar si realmente su muerte fue autoinfligida o si fue un accidente. Se presume que una posible causa fue la enfermedad de Alzheimer que se le fuera diagnosticada poco antes, así como también su carácter depresivo.

SE VENDE...Hernest Hemingway



SE VENDE: ZAPATOS DE BEBÉ, SIN USAR

lunes, 11 de enero de 2010

Los dos reyes y los dos laberintos - Jorge Luis Borges

Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribo sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: "Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso." Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con aquel que no muere.

Jorge Luis Borges - El Gran Maestro


(Buenos Aires, 1899 - Ginebra, Suiza, 1986) Escritor argentino. Jorge Luis Borges procedía de una familia de próceres que contribuyeron a la independencia del país. Su antepasado, el coronel Isidro Suárez, había guiado a sus tropas a la victoria en la mítica batalla de Junín; su abuelo Francisco Borges también había alcanzado el rango de coronel.
Pero fue su padre, Jorge Borges Haslam, quien rompiendo con la tradición familiar se empleó como profesor de psicología e inglés. Estaba casado con la delicada Leonor Acevedo Suárez, y con ella y el resto de su familia abandonó la casa de los abuelos donde había nacido Jorge Luis y se trasladó al barrio de Palermo, a la calle Serrano 2135, donde creció el aprendiz de escritor teniendo como compañera de juegos a su hermana Norah.
En aquella casa ajardinada aprendió Borges a leer inglés con su abuela Fanny Haslam y, como se refleja en tantos versos, los recuerdos de aquella dorada infancia lo acompañarían durante toda su vida. Apenas con seis años confesó a sus padres su vocación de escritor, e inspirándose en un pasaje del Quijote redactó su primera fábula cuando corría el año 1907: la tituló La visera fatal. A los diez años comenzó ya a publicar, pero esta vez no una composición propia, sino una brillante traducción al castellano de El príncipe feliz de Oscar Wilde.
En el mismo año en que estalló la Primera Guerra Mundial, la familia Borges recorrió los inminentes escenarios bélicos europeos, guiados esta vez no por un admirable coronel, sino por un ex profesor de psicología e inglés, ciego y pobre, que se había visto obligado a renunciar a su trabajo y que arrastró a los suyos a París, a Milán y a Venecia hasta radicarse definitivamente en la neutral Ginebra cuando estalló el conflicto.
Borges era entonces un adolescente que devoraba incansablemente la obra de los escritores franceses, desde los clásicos como Voltaire o Víctor Hugo hasta los simbolistas, y que descubría maravillado el expresionismo alemán, por lo que se decidió a aprender el idioma descifrando por su cuenta la inquietante novela de Gustav Meyrink El golem.
Hacia 1918 lee asimismo a autores en lengua española como José Hernández, Leopoldo Lugones y Evaristo Carriego y al año siguiente la familia pasa a residir en España, primero en Barcelona y luego en Mallorca, donde al parecer compuso unos versos, nunca publicados, en los que se exaltaba la revolución soviética y que tituló Salmos rojos.
En Madrid trabará amistad con un notable políglota y traductor español, Rafael Cansinos-Assens, a quien extrañamente, a pesar de la enorme diferencia de estilos, proclamó como su maestro. Conoció también a Valle Inclán, a Juan Ramón Jiménez, a Ortega y Gasset, a Ramón Gómez de la Serna, a Gerardo Diego... Por su influencia, y gracias a sus traducciones, fueron descubiertos en España los poetas expresionistas alemanes, aunque había llegado ya el momento de regresar a la patria convertido, irreversiblemente, en un escritor.
De regreso en Buenos Aires, fundó en 1921 con otros jóvenes la revista Prismas y, más tarde, la revista Proa; firmó el primer manifiesto ultraísta argentino, y, tras un segundo viaje a Europa, entregó a la imprenta su primer libro de versos: Fervor de Buenos Aires (1923). Seguirán entonces numerosas publicaciones, algunos felices libros de poemas, como Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929), y otros de ensayos, como Inquisiciones, El tamaño de mi esperanza y El idioma de los argentinos, que desde entonces se negaría a reeditar.
Durante los años treinta su fama creció en Argentina y su actividad intelectual se vinculó a Victoria y Silvina Ocampo, quienes a su vez le presentaron a Adolfo Bioy Casares, pero su consagración internacional no llegaría hasta muchos años después. De momento ejerce asiduamente la crítica literaria, traduce con minuciosidad a Virginia Woolf, a Henri Michaux y a William Faulkner y publica antologías con sus amigos. En 1938 fallece su padre y comienza a trabajar como bibliotecario en las afueras de Buenos Aires; durante las navidades de ese mismo año sufre un grave accidente, provocado por su progresiva falta de visión, que a punto está de costarle la vida.
Al agudizarse su ceguera, deberá resignarse a dictar sus cuentos fantásticos y desde entonces requerirá permanentemente de la solicitud de su madre y de su amigos para poder escribir, colaboración que resultará muy fructífera. Así, en 1940, el mismo año que asiste como testigo a la boda de Silvina Ocampo y Bioy Casares, publica con ellos una espléndida Antología de la literatura fantástica, y al año siguiente una Antología poética argentina.
En 1942, Borges y Bioy se esconden bajo el seudónimo de H. Bustos Domecq y entregan a la imprenta unos graciosos cuentos policiales que titulan Seis problemas para don Isidro Parodi. Sin embargo, su creación narrativa no obtiene por el momento el éxito deseado, e incluso fracasa al presentarse al Premio Nacional de Literatura con sus cuentos recogidos en el volumen El jardín de los senderos que se bifurcan, los cuales se incorporarán luego a uno de sus más célebres libros, Ficciones, aparecido en 1944.
Vicisitudes públicas
En 1945 se instaura el peronismo en Argentina, y su madre Leonor y su hermana Norah son detenidas por hacer declaraciones contra el nuevo régimen: habrán de acarrear, como escribió muchos años después Borges, una "prisión valerosa, cuando tantos hombres callábamos", pero lo cierto es que, a causa de haber firmado manifiestos antiperonistas, el gobierno lo apartó al año siguiente de su puesto de bibliotecario y lo nombró inspector de aves y conejos en los mercados, cruel humorada e indeseable honor al que el poeta ciego hubo de renunciar, para pasar, desde entonces, a ganarse la vida como conferenciante.
La policía se mostró asimismo suspicaz cuando la Sociedad Argentina de Escritores lo nombró en 1950 su presidente, habida cuenta de que este organismo se había hecho notorio por su oposición al nuevo régimen. Ello no obsta para que sea precisamente en esta época de tribulaciones cuando publique su libro más difundido y original, El Aleph (1949), ni para que siga trabajando incansablemente en nuevas antologías de cuentos y nuevos volúmenes de ensayos antes de la caída del peronismo en 1955.
En esta diversa tesitura política, el recién constituido gobierno lo designará, a tenor del gran prestigio literario que ha venido alcanzando, director de la Biblioteca Nacional e ingresará asimismo en la Academia Argentina de las Letras. Enseguida los reconocimientos públicos se suceden: Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cuyo, Premio Nacional de Literatura, Premio Internacional de Literatura Formentor, que comparte con Samuel Beckett, Comendador de las Artes y de las Letras en Francia, Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina, Premio Interamericano Ciudad de Sèo Paulo...

Inesperadamente, en 1967 contrae matrimonio con una antigua amiga de su juventud, Elsa Astete Millán, boda de todos modos menos tardía y sorprendente que la que formalizaría pocos años antes de su muerte, ya octogenario, con María Kodama, su secretaria, compañera y lazarillo, una mujer mucho más joven que él, de origen japonés y a la que nombraría su heredera universal. Pero la relación con Elsa fue no sólo breve, sino desdichada, y en 1970 se separaron para que Borges volviera de nuevo a quedar bajo la abnegada protección de su madre.
Los últimos reveses políticos le sobrevinieron con el renovado triunfo electoral del peronismo en Argentina en 1974, dado que sus inveterados enemigos no tuvieron empacho en desposeerlo de su cargo en la Biblioteca Nacional ni en excluirlo de la vida cultural porteña.
Dos años después, ya fuera como consecuencia de su resentimiento o por culpa de una honesta alucinación, Borges, cuya autorizada voz resonaba internacionalmente, saludó con alegría el derrocamiento del partido de Perón por la Junta Militar Argentina, aunque muy probablemente se arrepintió enseguida cuando la implacable represión de Videla comenzó a cobrarse numerosas víctimas y empezaron a proliferar los "desaparecidos" entre los escritores. El propio Borges, en compañía de Ernesto Sábato y otros literatos, se entrevistó ese mismo año de 1976 con el dictador para interesarse por el paradero de sus colegas "desaparecidos".
De todos modos, el mal ya estaba hecho, porque su actitud inicial le había granjeado las más firmes enemistades en Europa, hasta el punto de que un académico sueco, Artur Ludkvist, manifestó públicamente que jamás recaería el Premio Nobel de Literatura sobre Borges por razones políticas. Ahora bien, pese a que los académicos se mantuvieron recalcitrantemente tercos durante la última década de vida del escritor, se alzaron voces, cada vez más numerosas, denunciando que esa actitud desvirtuaba el espíritu del más preciado premio literario.
Para todos estaba claro que nadie con más justicia que Borges lo merecía y que era la Academia Sueca quien se desacreditaba con su postura. La concesión del Premio Cervantes en 1979 compensó en parte este agravio. En cualquier caso, durante sus últimos días Borges recorrió el mundo siendo aclamado por fin como lo que siempre fue: algo tan sencillo e insólito como un "maestro".
La obra de Jorge Luis Borges
Borges es sin duda el escritor argentino con mayor proyección universal. Se hace prácticamente imposible pensar la literatura del siglo XX sin su presencia, y así lo han reconocido no sólo la crítica especializada sino además las diversas generaciones de escritores, que vuelven con insistencia sobre sus páginas como si éstas fueran canteras inextinguibles del arte de escribir.
Borges fue el creador de una cosmovisión muy singular, sostenida sobre un original modo de entender conceptos como los de tiempo, espacio, destino o realidad. Sus narraciones y ensayos se nutren de complejas simbologías y de una poderosa erudición, producto de su frecuentación de las diversas literaturas europeas, en especial la anglosajona -William Shakespeare, Thomas De Quincey, Rudyard Kipling o Joseph Conrad son referencias permanentes en su obra-, además de su conocimiento de la Biblia, la Cábala judía, las primigenias literaturas europeas, la literatura clásica y la filosofía. Su riguroso formalismo, que se constata en la ordenada y precisa construcción de sus ficciones, le permitió combinar esa gran variedad de elementos sin que ninguno de ellos desentonara.
El primer libro de poemas de Borges fue Fervor de Buenos Aires (1923), en el que ensayó una visión personal de su ciudad, de evidente cuño vanguardista. En 1925 dio a conocer Luna de enfrente y, tres años más tarde, Cuaderno San Martín, poemarios en los que aparece con insistencia su mirada sobre las "orillas" urbanas, esos bordes geográficos de Buenos Aires en los que años más tarde ubicará la acción de muchos de sus relatos.
Puede decirse que en estos primeros libros Borges funda con su escritura una Buenos Aires mítica, dándole espesor literario a calles y barrios, portales y patios. El poeta parece rondar la ciudad como un cazador en busca de imágenes prototípicas, que luego volcará con maestría en sus versos y prosas.
En 1930 publicó Evaristo Carriego, un título esencial en la producción borgeana. En este ensayo, al tiempo que traza una biografía del poeta popular que da título al libro, se detiene en la invención y narración de diferentes mitologías porteñas, como en la poética descripción del barrio de Palermo. Evaristo Carriego no responde a la estructura tradicional de las presentaciones biográficas, sino que se sirve de la figura del poeta elegido para presentar nuevas e inéditas visiones de lo urbano, como se manifiesta en capítulos tales como "Las inscripciones de los carros" o "Historia del tango".
Hacia 1932 da a conocer Discusión, libro que reúne una serie de ensayos en los que se pone de manifiesto no sólo la agudeza crítica de Borges sino además su capacidad en el arte de conmover los conceptos tradicionales de la filosofía y la literatura. Además de las páginas dedicadas al análisis de la poesía gauchesca, este volumen integra capítulos que han servido como venero de asuntos de reflexión para los escritores argentinos, tales como "El escritor argentino y la tradición", "El arte narrativo y la magia" o "La supersticiosa ética del lector".
En 1935 aparece Historia universal de la infamia, con textos que el propio autor califica como ejercicios de prosa narrativa y en los que es evidente la influencia de Robert Louis Stevenson y Gilbert Chesterton. Este volumen incluye uno de sus cuentos más famosos, "El hombre de la esquina rosada".

domingo, 10 de enero de 2010

Conducta en los velorios - Julio Cortazar

No vamos por el anís, ni porque hay que ir. Ya se habrá sospechado: vamos porque no podemos soportar las formas más solapadas de la hipocresía. Mi prima segunda, la mayor, se encarga de cerciorarse de la índole del duelo, y si es de verdad, si se llora porque llorar es lo único que les queda a esos hombres y a esas mujeres entre el olor a nardos y a café, entonces nos quedamos en casa y los acompañamos desde lejos. A lo sumo mi madre va un rato y saluda en nombre de la familia; no nos gusta interponer insolentemente nuestra vida ajena a ese diálogo con la sombra. Pero si de la pausada investigación de mi prima surge la sospecha de que en un patio cubierto o en la sala se han armado los trípodes del camelo, entonces la familia se pone sus mejores trajes, espera a que el velorio esté a punto, y se va presentando de a poco pero implacablemente.
En Pacífico las cosas ocurren casi siempre en un patio con macetas y música de radio. Para estas ocasiones los vecinos condescienden a apagar las radios, y quedan solamente los jazmines y los parientes, alternándose contra las paredes. Llegamos de a uno o de a dos, saludamos a los deudos, a quienes se reconoce fácilmente porque lloran apenas ven entrar a alguien, y vamos a inclinarnos ante el difunto, escoltados por algún pariente cercano. Una o dos horas después toda la familia está en la casa mortuoria, pero aunque los vecinos nos conocen bien, procedemos como si cada uno hubiera venido por su cuenta y apenas hablamos entre nosotros. Un método preciso ordena nuestros actos, escoge los interlocutores con quienes se departe en la cocina, bajo el naranjo, en los dormitorios, en el zaguán, y de cuando en cuando se sale a fumar al patio o a la calle, o se da una vuelta a la manzana para ventilar opiniones políticas y deportivas. No nos lleva demasiado tiempo sondear los sentimientos de los deudos más inmediatos, los vasitos de caña, el mate dulce y los Particulares livianos son el puente confidencial; antes de media noche estamos seguros, podemos actuar sin remordimientos. Por lo común mi hermana la menor se encarga de la primera escaramuza; diestramente ubicada a los pies del ataúd, se tapa los ojos con un pañuelo violeta y empieza a llorar, primero en silencio, empapando el pañuelo a un punto increíble, después con hipos y jadeos, y finalmente le acomete un ataque terrible de llanto que obliga a las vecinas a llevarla a la cama preparada para esas emergencias, darle a oler agua de azahar y consolarla, mientras otras vecinas se ocupan de los parientes cercanos bruscamente contagiados por la crisis. Durante un rato hay un amontonamiento de gente en la puerta de la capilla ardiente, preguntas y noticias en voz baja, encogimientos de hombros por parte de los vecinos. Agotados por un esfuerzo en que han debido emplearse a fondo, los deudos amenguan en sus manifestaciones, y en ese mismo momento mis tres primas segundas se largan a llorar sin afectación, sin gritos, pero tan conmovedoramente que los parientes y vecinos sienten la emulación, comprenden que no es posible quedarse así descansando mientras extraños de la otra cuadra se afligen de tal manera, y otra vez se suman a la deploración general, otra vez hay que hacer sitio en las camas, apantallar a señoras ancianas, aflojar el cinturón a viejitos convulsionados. Mis hermanos y yo esperamos por lo regular este momento para entrar en la sala mortuoria y ubicarnos junto al ataúd. Por extraño que parezca estamos realmente afligidos, jamás podemos oír llorar a nuestras hermanas sin que una congoja infinita nos llene el pecho y nos recuerde cosas de la infancia, unos campos cerca de Villa Albertina, un tranvía que chirriaba al tomar la curva en la calle General Rodríguez, en Bánfield, cosas así, siempre tan tristes. Nos basta ver las manos cruzadas del difunto para que el llanto nos arrase de golpe, nos obligue a taparnos la cara avergonzados, y somos cinco hombres que lloran de verdad en el velorio, mientras los deudos juntan desesperadamente el aliento para igualarnos, sintiendo que cueste lo que cueste deben demostrar que el velorio es el de ellos, que solamente ellos tienen derecho a llorar así en esa casa. Pero son pocos, y mienten (eso lo sabemos por mi prima segunda la mayor, y nos da fuerzas). En vano acumulan los hipos y los desmayos, inútilmente los vecinos más solidarios los apoyan con sus consuelos y sus reflexiones, llevándolos y trayéndolos para que descansen y se reincorporen a la lucha. Mis padres y mi tío el mayor nos reemplazan ahora, hay algo que impone respeto en el dolor de estos ancianos que han venido desde la calle Humboldt, cinco cuadras contando desde la esquina, para velar al finado. Los vecinos más coherentes empiezan a perder pie, dejan caer a los deudos, se van a la cocina a beber grapa y a comentar; algunos parientes, extenuados por una hora y media de llanto sostenido, duermen estertorosamente. Nosotros nos relevamos en orden, aunque sin dar la impresión de nada preparado; antes de las seis de la mañana somos los dueños indiscutidos del velorio, la mayoría de los vecinos se han ido a dormir a sus casas, los parientes yacen en diferentes posturas y grados de abotagamiento, el alba nace en el patio. A esa hora mis tías organizan enérgicos refrigerios en la cocina, bebemos café hirviendo, nos miramos brillantemente al cruzarnos en el zaguán o los dormitorios; tenemos algo de hormigas yendo y viniendo, frotándose las antenas al pasar. Cuando llega el coche fúnebre las disposiciones están tomadas, mis hermanas llevan a los parientes a despedirse del finado antes del cierre del ataúd, los sostienen y confortan mientras mis primas y mis hermanos se van adelantando hasta desalojarlos, abreviar el ultimo adiós y quedarse solos junto al muerto. Rendidos, extraviados, comprendiendo vagamente pero incapaces de reaccionar, los deudos se dejan llevar y traer, beben cualquier cosa que se les acerca a los labios, y responden con vagas protestas inconsistentes a las cariñosas solicitudes de mis primas y mis hermanas. Cuando es hora de partir y la casa está llena de parientes y amigos, una organización invisible pero sin brechas decide cada movimiento, el director de la funeraria acata las órdenes de mi padre, la remoción del ataúd se hace de acuerdo con las indicaciones de mi tío el mayor. Alguna que otra vez los parientes llegados a último momento adelantan una reivindicación destemplada; los vecinos, convencidos ya de que todo es como debe ser, los miran escandalizados y los obligan a callarse. En el coche de duelo se instalan mis padres y mis tíos, mis hermanos suben al segundo, y mis primas condescienden a aceptar a alguno de los deudos en el tercero, donde se ubican envueltas en grandes pañoletas negras y moradas. El resto sube donde puede, y hay parientes que se ven precisados a llamar un taxi. Y si algunos, refrescados por el aire matinal y el largo trayecto, traman una reconquista en la necrópolis, amargo es su desengaño. Apenas llega el cajón al peristilo, mis hermanos rodean al orador designado por la familia o los amigos del difunto, y fácilmente reconocible por su cara de circunstancias y el rollito que le abulta el bolsillo del saco. Estrechándole las manos, le empapan las solapas con sus lágrimas, lo palmean con un blando sonido de tapioca, y el orador no puede impedir que mi tío el menor suba a la tribuna y abra los discursos con una oración que es siempre un modelo de verdad y discreción. Dura tres minutos, se refiere exclusivamente al difunto, acota sus virtudes y da cuenta de sus defectos, sin quitar humanidad a nada de lo que dice; está profundamente emocionado, y a veces le cuesta terminar. Apenas ha bajado, mi hermano el mayor ocupa la tribuna y se encarga del panegírico en nombre del vecindario, mientras el vecino designado a tal efecto trata de abrirse paso entre mis primas y hermanas que lloran colgadas de su chaleco. Un gesto afable pero imperioso de mi padre moviliza al personal de la funeraria; dulcemente empieza a rodar el catafalco, y los oradores oficiales se quedan al pie de la tribuna, mirándose y estrujando los discursos en sus manos húmedas. Por lo regular no nos molestamos en acompañar al difunto hasta la bóveda o sepultura, sino que damos media vuelta y salimos todos juntos, comentando las incidencias del velorio. Desde lejos vemos cómo los parientes corren desesperadamente para agarrar alguno de los cordones del ataúd y se pelean con los vecinos que entre tanto se han posesionado de los cordones y prefieren llevarlos ellos a que los lleven los parientes.

sábado, 9 de enero de 2010

Casa Tomada - Julio Cortazar


Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la mas ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.
Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las ultimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y como nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejo casarnos. Irene rechazo dos pretendientes sin mayor motivo, a mi se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.
Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No se porque tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mi, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina. Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor para preguntarle a Irene que pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mi se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.
Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte mas retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte mas retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y mas allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo mas estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increíble como se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos.
Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venia impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tire contra la pared antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:
-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo. Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados. -¿Estás seguro? Asentí. -Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.
Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que me tejía un chaleco gris; a mi me gustaba ese chaleco.
Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.
-No está aquí.
Y era una cosa mas de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba el almuerza, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.
Irene estaba contenta porque le quedaba mas tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papa, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:
-Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.
(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.
Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en vos mas alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.)
Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamo la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.
No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían mas fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.
-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.
-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente. -No, nada.
Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.
Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.

Julio Cortazar - Escritor e Intelectual Argentino


Julio Cortázar nació en Bruselas el 26 de Agosto de 1914, de padres argentinos. Llegó a la Argentina a los cuatro años. Paso la infancia en Bánfield, se graduó como maestro de escuela e inició estudios en la Universidad de Buenos Aires, los que debió abandonar por razones económicas. Trabajó en varios pueblos del interior del país. Enseño en la Universidad de Cuyo y renunció a su cargo por desavenencias con el peronismo. En 1951 se alejó de nuestro país y desde entonces trabajó como traductor independiente de la Unesco, en París, viajando constantemente dentro y fuera de Europa. En 1938 publicó, con el seudónimo Julio Denis, el librito de sonetos ("muy mallarmeanos", dijo después el mismo) Presencia. En 1949 aparece su obra dramática Los reyes. Apenas dos años después, en 1951, publica Bestiario: ya surge el Cortázar deslumbrante por su fantasía y su revelación de mundos nuevos que irán enriqueciéndose en su obra futura: los inolvidables tomos de relatos, los libros que desbordan toda categoría genérica (poemas-cuentos-ensayos a la vez), las grandes novelas: Los premios (1960), Rayuela (1963), 62/Modelo para armar (1968), Libro de Manuel (1973). El refinamiento literario de Julio Cortázar, sus lecturas casi inabarcables, su incesante fervor por la causa social, hacen de él una figura de deslumbrante riqueza, constituída por pasiones a veces encontradas, pero siempre asumidas con él mismo, genuino ardor. Julio Cortazar murió en 1984 pero su paso por el mundo seguirá suscitando el fervor de quienes conocieron su vida y su obra.

viernes, 8 de enero de 2010

EL AUTENTICO FANTASMA - Thomas Carlyle

¿Habría algo más prodigioso que un auténtico fan­tasma? El inglés Johnson anheló, toda su vida, ver uno; pero no lo consiguió, aunque bajó a las bóvedas de las iglesias y golpeó féretros. ¡Pobre Johnson! ¿Nunca miró las marejadas de vida humana que amaba tanto? ¿No se miró siquiera a sí mismo? Johnson era un fantasma, un fantasma auténtico; un millón de fantasmas lo co­deaba en las calles de Londres. Borremos la ilusión del tiempo, compendiemos los sesenta años en tres minutos, ¿qué otra cosa era Johnson, qué otra cosa somos nos­otros? ¿Acaso no somos espíritus que han tomado un cuerpo, una apariencia, y que luego se disuelven en aire y en invisibilidad?

Thomas Carlyle - Idealista Espiritual


Thomas Carlyle (4 de diciembre de 1795 - 5 de febrero de 1881) fue un historiador, crítico social y ensayista británico.
Nació en Ecclefechan. Estudió teología en la
Universidad de Edimburgo. Abandonó esa ocupación en 1814 y se dedicó a la enseñanza de las matemáticas durante casi cuatro años. Después viajó a Edimburgo en 1818, donde empezó a estudiar leyes y escribió diversos artículos.
Tras un viaje por París y Londres, volvió a Escocia y ayudó en la revista literaria liberal Edinburgh Review. En
1826 se casó con Jane Baillie Welsh, escritora a la que conoció en 1821. A partir de 1828 vivieron en Craigenputtock (Escocia), donde Carlyle compuso la obra filosófica autobiográfica El sastre sastreado, publicada originalmente entre 1833 y 1834 por la Fraser's Magazine. Aquí, Carlyle comenta la falsedad de la riquezas materiales, detalla su crisis personal y expone su idealismo espiritual. Con esta obra, Carlyle se perfila como un crítico social, con una mirada preocupada por las condiciones de vida de los trabajadores británicos. Durante sus días en Craigenputtock entabló una amistad de por vida con Ralph Waldo Emerson, el célebre ensayista estadounidense. En 1834 se trasladó a Londres, donde recibió el apodo "el Sabio de Chelsea". Formó parte de un círculo literario en el que figuraban los ensayistas Leigh Hunt y John Stuart Mill.
En Londres escribió el exitoso Historia de la Revolución francesa (
1837), un estudio histórico basado en la opresión de indigentes. Luego publicó conferencias entre las que destaca Los héroes (1841), donde sostiene que el avance de la civilización se debe a los hechos de los héroes. Su desdén por la democracia y su alabanza de la sociedad feudal se advierten en buena parte de sus escritos posteriores, especialmente en El cartismo (1839) y Pasado y presente (1843). Escribió una vez: "La democracia es la desesperación de no encontrar héroes que nos dirijan". Para entender a este autor, en una gran reflexión que Ernst Cassirer realiza sobre el mito del héroe en su libro "El mito del Estado", nos recomienda poner atención en su devoción por Goethe y por Fichte para comprender su filosofía de la vida: "soy lo que hago". Esto eliminaría de sus interpretaciones las visiones románticas que nutrieron a los escritores filonazis, como Lemhan, que encontraba en sus textos una justificación para el caudillaje moderno.
Su concepto de la historia queda reflejado en obras como Cartas y discursos de Oliver Cromwell (
1845) e Historia de Federico II de Prusia, que consta de 10 volúmenes escritos entre 1858 y 1865. Produjo también una autobiografía titulada Recuerdos, que se publicó en 1881. Falleció en Londres el 5 de febrero de 1881. En obras de Ruskin y Dickens encontraremos gran influencia de este pensador.