martes, 23 de marzo de 2010

PUEBLO NATAL - BRUCE McALLISTER

El niño inmortal, ese que me ha estado siguiendo por años desde que visité Calcuta, se me apareció en la avenida de mi pueblo natal. Sus ojos tan blancos contrastaban con su piel. El pavimento estaba húmedo En ese camino pacífico del pueblo donde los vientos suelen soplar, una hoja seca o dos nos pasaron volando. Aunque yo no le había preguntado nada, me dijo:
—No, estás equivocado. Esa a la que llaman Madre Teresa no acostumbraba a hacer lo que hizo por nosotros para salvarnos de nuestro sufrimiento. Eso hubiera querido decir que ella creía que el sufrimiento es real y que finalmente es lo que importa, lo que por supuesto no es así. ¿He sido claro, señor?
Asentí. No estaba demasiado seguro, pero deseaba ser amable, porque aunque sus monólogos habituales me cansaban solía apreciar su devoción. Me siguió por un rato, y luego, viendo una mujer que paseaba un perro, al que llevaba de la correa, se precipitó hacia ella para contarle lo que la mujer más deseaba, porque eso es lo que hacen los niños inmortales.

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