Las pieles del regreso
PIA BARROS
El día en que se fue sin aviso, él se prosternó ante la desolación. Cada tarde fue un espiar por la ventana aguardando su regreso. Tres meses después, los conocidos golpecitos rítmicos lo estremecieron. Parecía ella, sólo que reducida, estirada, tensada como una cuerda. Buscó beber sus pechos, la abrazó, la desnudó lleno de besos y sentido, pero el hálito de goma, la dureza de sus caderas, el vientre plano.
Cuando ella despertó, no pudo explicarse el cuerpo tan amado, balanceándose desde la viga principal. En los ojos del suicida se leía la orfandad.
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